La Morsa (Odobenus rosmarus) es uno de los mamíferos marinos más imponentes de las regiones árticas, famosa por sus largos colmillos de marfil que pueden medir hasta casi un metro en los ejemplares más grandes. Estos colosales cáninos no solo le confieren una apariencia majestuosa, sino que además cumplen funciones vitales, como ayudarla a anclarse en el hielo para salir del agua o competir con otras morsas por territorio. Pese a su corpulencia —pueden pesar más de 1.000 kg—, son animales sociales que se congregan en manadas para buscar alimento o descansar en el hielo.
En este artículo, te invitamos a descubrir 10 datos esenciales sobre la Morsa: su dieta basada en invertebrados bentónicos, los desafíos que enfrenta por el deshielo marino y la importancia cultural que ha tenido para pueblos árticos. Al final, comprenderás por qué es un símbolo del extremo norte y de la necesidad de proteger el ecosistema polar donde habita.
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1. Los colmillos más famosos del Ártico
Los dos caninos superiores de la Morsa pueden superar los 90 cm de longitud, formando los famosos “colmillos de marfil”. Hembras y machos los tienen, si bien en machos suelen ser más robustos y largos. Estas defensas sirven como herramientas para afirmarse sobre el hielo, escalar bordes resbaladizos e incluso para imponer jerarquía en enfrentamientos.
El material de estos colmillos es una dentina compacta y valiosa, lo que históricamente alimentó su caza. Además, los colmillos ayudan a la morsa en la excavación del fondo marino en busca de alimento, complementando la función de sus aletas y su sensible bigote (vibrisas).
2. Un corpulento ingeniero del hielo
La Morsa puede alcanzar tamaños verdaderamente imponentes: los machos adultos llegan a pesar entre 800 y 1.500 kg, midiendo alrededor de 3 metros. Su grueso cuerpo está protegido por una capa de grasa (blubber) de hasta 15 cm, que los aísla del frío extremo y les proporciona una fuente de energía en periodos de escasez alimenticia.
Este espesor les facilita sobrellevar las condiciones hostiles del Ártico y Pacífico norte. Además, al reposar en el hielo, la gruesa piel y la grasa evitan el riesgo de hipotermia, permitiendo que permanezcan tiempos prolongados fuera del agua para socializar o cuidar de sus crías.
3. Habitantes sociales de grandes manadas
Las Morsas son mamíferos muy sociables que se congregan en colonias de decenas, cientos o incluso miles de ejemplares sobre el hielo o la costa. Estos grupos se comunican mediante bufidos, resoplidos y vocalizaciones graves, formando un auténtico coro cuando se reúnen. El contacto físico también es habitual, con individuos tumbados entre sí para conservar calor y reforzar la cohesión social.
En época de cría, los machos dominantes compiten mediante exhibiciones de colmillos y gruñidos, sin llegar a luchas mortales frecuentes, pero los choques pueden ser vigorosos. La vida en manadas les permite proteger a las crías de depredadores potenciales, como osos polares u orcas, y compartir zonas de alimentación localizadas en fondos marinos ricos en moluscos.
4. Dieta basada en bivalvos y moluscos bentónicos
Contrario a su aparente ferocidad, la Morsa se alimenta principalmente de invertebrados del fondo marino, como almejas, mejillones, gusanos y crustáceos. Usa sus bigotes sensibles (vibrisas) para localizar las presas en el sedimento, succionándolas con una potente presión bucal una vez las identifica.
Este régimen alimenticio requiere que las morsas buceen a profundidades de hasta 80-100 metros, donde la abundancia de moluscos es mayor. Aunque no suelen sumergirse tanto tiempo como las focas, pueden permanecer bajo el agua varios minutos antes de emerger para respirar y continuar alimentándose de manera intermitente.
5. Las vibrisas, su radar subacuático
Las vibrisas (bigotes) de la Morsa están muy desarrolladas y cuentan con terminaciones nerviosas que detectan las más sutiles vibraciones y texturas del fondo marino. Esta sensibilidad es crucial en aguas turbias o con visibilidad reducida, donde los ojos resultan menos útiles.
A medida que la Morsa rebusca en el lecho, mueve su hocico y bigotes para registrar posibles presas. Este “radar táctil” es uno de los rasgos que sitúan a la Morsa entre los pinnípedos con mayor adaptación a la búsqueda de alimento en entornos lodosos. De hecho, los pescadores han descrito cómo las morsas pueden “desenterrar” moluscos enterrados con sorprendente eficacia.
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6. Apoyo en los colmillos para trepar el hielo
Además de lucir imponentes, los colmillos de la Morsa cumplen la función de un “piolet”. Cuando un ejemplar necesita salir del agua a un bloque de hielo elevado, clava los caninos en la superficie y hace palanca, subiendo su corpulento cuerpo con ayuda de las aletas delanteras.
Esta capacidad de “caminar con los dientes” inspiró el nombre científico (Odobenus = “el que camina con los dientes”). La morsa alterna la fuerza de sus aletas y el anclaje de sus colmillos, logrando un ascenso sorprendentemente eficaz para alguien de su tamaño. Esta estrategia demuestra la adaptación multimillonaria que le permite aprovechar el hielo para descansar y protegerse de depredadores.
7. División en subespecies: Pacífico y Atlántico
Existen dos subespecies principales de Morsa:
- Morsa del Pacífico (Odobenus rosmarus divergens), con ejemplares más corpulentos, encontrándose en el mar de Bering, Chukchi y zonas costeras de Alaska y Rusia.
- Morsa del Atlántico (Odobenus rosmarus rosmarus), de tamaño algo menor, habitando Groenlandia, Canadá oriental y Spitzbergen.
Ambas comparten rasgos esenciales, pero difieren ligeramente en tamaño promedio y en las áreas de alimentación y cría. Una población menor habita el Ártico central, con movimientos según la extensión estacional del hielo.
8. Cambio climático y retos de supervivencia
El derretimiento del hielo marino es una amenaza significativa para la Morsa, que depende de plataformas heladas para descansar, socializar y amamantar a las crías. Con el retroceso estacional cada vez mayor del hielo, se ven obligadas a agruparse en costas en masa, aumentando la competencia, el riesgo de estampidas fatales y la dificultad de acceder a los lugares de alimentación.
Asimismo, la pérdida de hielo aumenta la distancia que deben nadar para encontrar alimento y cuidar de sus crías, incrementando el gasto energético. La población de morsas refleja así el pulso de la salud del Ártico y sirve como indicador del impacto del calentamiento global en los ecosistemas polares.
9. Caza ancestral y supervivencia cultural
Por siglos, las Morsas han sido cazadas por grupos indígenas del Ártico (inuit, chukchis, etc.) por su carne, grasa y colmillos, que se utilizaban para fabricar herramientas o tallas artísticas. Estas cacerías de subsistencia resultaban sostenibles, siempre dentro de límites poblacionales manejables y reglamentados en la era moderna.
La caza comercial masiva que se produjo hace algunas centurias sí disminuyó drásticamente poblaciones locales. En la actualidad, los acuerdos internacionales protegen parcialmente a la Morsa, permitiendo solo la caza de subsistencia para comunidades autóctonas que dependen de ella cultural y alimentariamente. No obstante, la presión del mercado negro de marfil y la pérdida de hielo complican su situación a largo plazo.
10. Símbolo de la fauna ártica y de la conservación
Con sus rasgos marcados —el cuerpo voluminoso, los bigotes, los “colmillos de marfil”— la Morsa se ha convertido en un símbolo del Ártico, evocando la resistencia y la adaptación a condiciones extremas. Numerosas organizaciones ambientales la emplean como especie bandera para concienciar sobre la necesidad de frenar el cambio climático y regular la actividad industrial en las regiones polares.
Ver a una morsa en libertad sobre un banco de hielo flotante, interactuando con sus congéneres o reposando tras una inmersión, es un recuerdo imborrable para exploradores y científicos. Su futuro, cada vez más ligado al retroceso del hielo, pone de relieve cómo la acción humana —a escala global— repercute en la supervivencia de una de las criaturas más carismáticas del extremo norte.
Conclusión
La Morsa representa la fuerza y la adaptación extrema de los ecosistemas polares, luciendo en su cabeza esos colmillos de marfil que la distinguen. Con su rol social en grandes manadas, su dieta de moluscos y su dependencia del hielo marino, nos recuerda que el equilibrio del Ártico es frágil y que las variaciones climáticas pueden poner en jaque a especies que han prosperado allí por milenios. Al final, respetar las normas de caza tradicionales y tomar medidas frente al cambio climático son vías cruciales para garantizar que estos gigantes del norte sigan “caminando con sus dientes” en el hielo ártico por generaciones futuras.